9.05.2007

ciudades siamesas 4.0

ciudades siamesas© 4.0
Alejandra Mondaca Fimbres

La muralla china, el peñón de Gibraltar, el muro de Berlín, la barrera de Israel; a lo largo de la historia, los muros fronterizos han sido un repetitivo recurso gubernamental para evitar cualquier roce entre dos pueblos. México y Estados Unidos no han sido la excepción. Pero aquí la cuestión no es diseñar “un muro estéticamente adecuado” (eso ya lo intentó en New York Times ) ni exponer el evidente cruce de ilegales provenientes del sur de México y otros países latinoamericanos.

Tanto el muro como los ilegales son asuntos trascendentes y palpables pero más allá de la percepción internacional y sobre-expuesta en la prensa, hay que observar, con ojos transdisciplinarios, aquello que sucede ahí, donde una línea trazada por el hombre ha logrado lo que ningún muro físico ha impedido: Que dos culturas se traslapen y creen un intercambio tan complejo como fascinante.

Entendiendo dos culturas

Etnocentrismo y egocentrismo nutren las xenofobias y racismos hasta el punto [de] llegar a quitarle al extranjero su calidad de humano. Por esto, la verdadera lucha contra los racismos se operaría más contra sus raíces ego-socio-céntricas que contra sus síntomas.
Edgar Morín

Las ciudades fronterizas de México y Estados Unidos crecen una enseguida de la otra. La frontera se interpone entre ellas: Línea imaginaria y algunas veces física. Kilómetros ondulantes de frontera. Una línea que no pertenece a nadie ¿ó pertenece a todos? Una línea a veces visible y muchas otras invisible pero bien definida.

Ahí donde menudo los intereses políticos internacionales sobrepasan lo concerniente a cualquier otra materia, se pretende solucionar los problemas de la migración ilegal abordándolos desde fuera.

Mientras tanto las ciudades fronterizas se acercan, se hermanan. Ahí dos culturas interactúan, los idiomas se mezclan, algunos hombres se unen y otros se separan: Matrimonios interraciales por un lado; minutemen e ilegales por el otro.

Habría que entender ambas culturas y no sólo recordar nuestra calidad de humanos sino también evitar que otros la olviden, habría que enseñar la comprensión.

Como Morín nos dice, ninguna técnica de comunicación aporta por sí misma la comprensión, las interacciones –deseadas ó no- que ocurren en la frontera no dejan de existir, pero en lugar de negarlas debiéramos entonces aceptarlas y sobre todo comprenderlas.

Los muros seguirán existiendo, en nuestra frontera y en el resto del mundo pero el ser humano no puede evitar el contacto con otros humanos. Es nuestro deber que este contacto sea siempre comprensivo, exento de prejuicios, de egocentrismo y de indiferencia.

Esta comprensión entre ciudades hermanas, entre países vecinos deberá ser abierta, autocrítica y no hay que olvidarlo, compleja.
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